martes, 15 de mayo de 2012

Corresponsales de guerra: un periodismo que no muere

Cuando a finales de los noventa entré en la facultad de periodismo, si se hubiera hecho una encuesta sobre las razones de estudiar esta carrera la mayoría hubiera respondido: "Quiero ser corresponsal. Quizá de guerra. Quiero viajar". Entonces muchos acabábamos de salir del instituto hipnotizados por las crónicas de Arturo Pérez-Reverte o Jon Sistiaga en la Guerra de los Balcanes. Alucinados con  las imágenes del fotoperiodista Gervasio Sánchez. Y aquello nos parecía emocionante. Además, gozaba de minutos y minutos en la tele. Páginas y páginas en los periódicos. A pesar de que pudieran pasarlas putas en aquellos lugares conflictivos (como dijeron ellos muchas veces), estos periodistas eran reconocidos. Aquel periodismo tenía un valor para el lector y el espectador. Y el redactor-jefe lo sabía. O al menos eso nos parecía a todos nosotros.

Pérez-Reverte y Sistiaga pertenecían a una generación posterior a la de Manuel Leguineche y Enrique Meneses. Este último había sido el periodista que contó la revolución cubana. Que anduvo con el Ché y con Fidel por Sierra Maestra. Era un clasicazo. El puto amo para los yogurines que llegaron más tarde.

Un par de décadas después no sé si en las facultades de periodismo se entra con el deseo de ser corresponsal algún día. No sé si la cosa va más bien de ser tertuliano. Ando completamente perdida en ese tema. Lo que sí sé por compañeros es cómo está la situación del corresponsal (de guerra) hoy. Cómo a marchas forzadas está desapareciendo la figura del corresponsal de plantilla, del enviado especial a los puntos calientes del planeta. Con la (excusa) de la crisis, vale más un teletipo. Valen más cuatro telefonazos desde Madrid. Chicos, hacemos un refrito y tiramos para adelante.

Ante esta tesitura, Seguimos informando, el libro del profesor y comunicador Xabier Iglesias, cobra una especial relevancia. Se trata de un compendio de entrevistas a una nueva generación de corresponsales freelance  Zigor Aldama, Martín Aldalur, Mikel Ayestarán, Ander Izagirre, Daniel Burgui, Antonio Pampliega, Alberto Arce y Xavier Aldekoa.  Mis compañeros de quinta hablan de las condiciones laborales, de la lucha por que su relato llegue hasta el redactor-jefe, que hoy parece mirar para otro lado asfixiado por el cinturón que imponen esos inversores mesías que jamás fueron periodistas. Son casos que recuerdan al de Samuel Aranda, el fotoperiodista ganador del World Press Photo de 2011, cuyas imágenes del conflicto en Yemen fueron rechazadas por todos los medios españoles. Así ha cambiado el cuento.

Seguimos informando, "el periodismo que nunca muere", como dice Xabier Iglesias, se apoya para su publicación en un servicio cada vez más utilizado en esta época: el crowdfunding, o la financiación colectiva. Lo hace a través de la plataforma de Libros.com y necesita 150 apoyos (de un mínimo de cinco euros para conseguir el ejemplar en su versión digital). Una nueva forma de dar un impulso a la profesión periodística. Una nueva manera de hacerle un quiebro al mercado y de creer entre todos en un proyecto. Quizá acaba de nacer una nueva (y exitosa) fórmula de financiación. Lo que, desde luego, no ha muerto es la necesidad de la información. Este post es una buena noticia.




1 comentario:

  1. Creo que es fundamental lo que señalas sobre los propietarios de los medios. No es que vaya a negar que el periodismo sea también un proyecto económico, pero esto debería situarse en segundo lugar después de la voluntad de informar (y todo lo que va unido). Es similar a lo que se pretende con la enseñanaza, convertirla en un negocio por encima de todo. Y si el crowdfunding termina funcionando en el mundo editorial, quizás también el cooperativismo funcione un día en el periodismo (en parte del periodismo)

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