jueves, 27 de septiembre de 2012

Si queréis entender qué está pasando, leed a Orwell

Las cosas que me producen más placer suelo encontrármelas por casualidad. Sin pretenderlo. Sin buscarlas. Y hace algunos días, por suerte, me volvió a ocurrir. Llevaba un tiempo sin leer un libro que me entusiasmara de verdad. Había dado con alguno entretenido, pero la mayoría los había dejado directamente a las cuarenta páginas (de media) sin ningún tipo de remordimiento. Entonces, el pasado fin de semana, a horas intempestivas de la noche, comencé a bucear en mi librería donde todavía hay algunos que me he llevado a casa y no he tenido tiempo de leerlos. Y allí estaba: un libro pequeñito, de bolsillo, titulado El león y el unicornio y otros ensayos, de George Orwell. A saber cuánto tiempo llevaba ahí. A saber por qué lo tenía. Pero comencé a leer y entonces me relajé. Vale, ya estaba disfrutando otra vez. Un gus-ta-zo.

Orwell no es en este libro ni el de Homenaje a Cataluña, ni Rebelión en la granja ni 1984. Es una voz personal e íntima acerca de aconteceres políticos y muy reales en la Europa de los años treinta y cuarenta. En realidad, es como un blog, si en aquellos años hubiera existido Internet. Pero lo mejor de todo, al menos así lo he interpretado yo, es que los ensayitos podrían ser tan actuales como si  hubieran sido escritos en estos días. Eso me gustó mucho, pero a la vez me dio un poco de miedo: ¿no hemos cambiado nada? ¿No hemos aprendido nada? ¿Esto de la Historia es dar vueltas y vueltas en espiral?

Por ejemplo. En el primero de los ensayos habla de su experiencia como librero en Londres. En él cuenta cómo los clientes no se suelen llevar ni libros de Dickens, ni de Hemingway ni de Wodehouse, sino que optan por los bestsellers de entonces (nombres que no vale la pena citar porque ya están en el total olvido). Y abunda: las mujeres prefieren esa novela mala, pero que está leyendo todo el mundo. Una novelita romántica, a poder ser. Entonces yo me acordé de la actual 50 sombras de Grey, leída, no nos vamos a engañar, sobre todo por mujeres. Vale que el supuesto erotismo que tiene 50 sombras... seguramente no lo tenían las novelas de entonces, pero lo que habremos ganado en escenas explícitas desde luego no lo hemos ganado en una mejora del gusto literario. Lo que pega es lo que pega. Ahora y hace sesenta años.

Más. En el ensayo En el vientre de la ballena, Orwell defiende Trópico de cáncer, de Henry Miller, publicado en 1935. Pero lo hace, principalmente, porque es una novela que va a la contra de lo que se publicaba entonces. Según Orwell, Miller explora la pasividad, el quietismo, el dejarse llevar y el decir: "no puedo hacer nada ante lo que está ocurriendo". Para el británico, lo mejor de la novela es que refleja al hombre corriente. No hay nada forzado. En realidad, es así. Es esa "mayoría silenciosa" que aplaude ahora nuestro presidente del Gobierno. El hombre que, lejos de protestar, acepta. Asume. Traga.

Este hombre quieto que acepta por supuesto tiene un punto de reaccionario y Orwell lo relaciona con los personajes de las novelas de los años veinte, mucho más que con las de los años treinta. En los años veinte, dice él, se publicaron muchas historias en las que nunca pasaba nada. Eran principalmente ejercicios formales, como el Ulises de Joyce o Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin. No había intención ninguna, mucho menos política. Y esto es, según Orwell, porque en los años veinte "reinaba una comodidad excepcional". "Fueron la edad de oro del intelectual rentista, un periodo de irresponsabilidad tal como nunca se había visto". Y por eso se escribía sobre "el sentido trágico de la vida". Si no hay dolor de estómago por el hambre me dedico a escribir sobre el mal devenir cósmico, viene a decir el escritor. Después, en los años treinta, con la crisis económica de EEUU, con los tambores de guerra en Europa, la cosa cambió y aparecieron las novelas "de intenciones serias". "El literato tipo deja de ser un expatriado con inclinaciones que le aproximan a la Iglesia; pasa a ser un colegial de mentalidad ansiosa con inclinaciones hacia el comunismo", escribe Orwell.

Esto me llevó a pensar: ¿puede ser lo mismo que haya ocurrido en los años noventa y dosmil con toda esa música pop indie que en realidad no tenía ningún tipo de intención política? ¿Es por eso que Russian Red, que admitió que era de derechas, se convirtió en musa gafapastera? Y que conste que hay varias canciones de ella que me gustan (y mucho). ¿Es por eso que triunfó la Generación Nocilla en la literatura? Y que también conste que algunos libros de estos escritores también me gustan. ¿Estamos entonces, en estos tiempos que nos tocan ahora, ante un aluvión de novelas políticas, de esas con intención? ¿El pop indie dejará de ser un universo de llorones porque él/ella me ha dejado? ¿Porque no tengo dinero para ir a drogarme en la próxima fiesta?

Orwell, no obstante, también alerta: las novelas que caen en la más pura ortodoxia, en la defensa de un mensaje propagandístico acérrimo, en el refugio que propone un mesías (sea cual sea) sin lugar a la crítica, tampoco serán buenas novelas. "Las buenas novelas las escriben los que no tienen miedo", concluye Orwell. Por eso vuelve a Miller, que escribió su Trópico de cáncer a contracorriente.

Yo no tengo ni idea de lo que va a suceder ahora. Tampoco si es muy cierta la comparación años treinta-2012, aunque sí hay algunos parentescos. Sólo sé que Orwell me ha hecho feliz durante algunas noches y eso siempre tengo que agradecerlo. Y como estoy solidaria, lo comparto. Si podéis leedlo. Guarda muchas más cosas de las que he contado y es, simplemente, pura delicia.