viernes, 20 de febrero de 2009

dos pastillas de freno










De repente, el año se ha embalado. Me siento como si mirara el paisaje a través de la ventana de un tren supersónico. No distingo nada. Ni los prados, ni las señales, ni siquiera los coches que hay en la carretera que discurre paralela. Los acontecimientos me sobrepasan y nos los cazo. Las voces que oigo ni siquiera las entiendo. Todo es un zumbido.

Llegan los Oscar y no me da tiempo a ver las películas. Hay conciertos y se me pasan. Me invitan a lecturas y cuando me quiero dar cuenta ya se han acabado... Vivo para montarme una agenda de trabajo (cultural) y se me escurre entre las manos. Me siento una perra jadeante, cansada. Y desorientada.


¿Por qué todo va tan jodidamente deprisa? ¿Por qué todo el mundo actúa como si mañana se acabara el mundo? ¿Se va a acabar y no me he enterado?



Por suerte, en estos veinte días sin escribir por aquí ha habido un par de momentos que han calmado la ansiedad.



Uno ha sido Mercedes Abad, la conversación con ella y su libro, 'Media docena de mentiras y un par de robos'. El otro, 'Niños rociando gato con gasolina', al novela con la que Alberto Torres Blandina ha sido finalista del Premio Gijón. Una maravilla.




El libro de relatos de Mercedes es, como ella misma me dijo, un saco de perradas. Un disparate. Un divertimento cachondo, lleno de situaciones inverosímiles, de capullos, tiernos y penosos personajes. Parte de un planteamiento ya de por sí irreverente: el plagio no es delito porque todos nos estamos apropiando de ideas de otros continuamente. Y estoy completamente de acuerdo aunque con una salvedad: si es con mala fe ya jode. ¿Cuántas veces has hecho un comentario y al poco tiempo te lo has encontrado adornadito en boca de otro (o en las páginas firmadas por otro, que eso es peor?) Porque, como en todo, al final hay mucho aprovechadito. Mucho listo.




Reconozco que no conocía a Mercedes Abad. Pero después de este libro hice una de esas maldades que ahora están tan perseguidas: me bajé de la red el libro de relatos eróticos con el que ganó el Premio Sonrisa Vertical. Y, ay, una gozada. Porque Mercedes tiene otra cosa y es que escribe comon Dios. Se nota que ahí no hay verbo ni concepto escrito a bote pronto (como ahora), sino que está repensadísimo. Un gustazo.


En cuanto al libro de Torres Blandina, confieso que me fijé en él por el título, pero lo bueno fue descubrir que dentro había bastante materia (quizá al final flojea y pierde potencia; quizá fui yo que ya tenía que cambiar el chip para otra novela...). La historia va de unos niños que tras sufrir una educación un tanto especial (por ser considerados algo así como superdotados), 25 años después (es decir, son unos treintañeros, como su autor) sufren unos traumas tremendos y aún recuerdan aquellas vivencias como si hubieran sido ayer. La novela está llena de voces distintas, de historias que se montan unas sobre otras (el autor lo llama 'estructura windows', bueno, una etiqueta al fin y al cabo), pero se lee del tirón. No existe la sensación de haber querido hacer "algo complejo" y eso se agradece. Blandina es un chico joven, es músico (su grupo se llama Niñamala) y lleva jersey de rayas, pero no es nocillero (ni creo que tenga muchas ganas de serlo), y tal y como está el patio de las etiquetas, corrillos y grupitos, tiene mi total bendición.

domingo, 1 de febrero de 2009

De subidón


El ánimo a veces se encuentra por debajo de cero. Y nieva, y después hiela, y te quedas petrificada. Y no respondes. Buscas calor y no lo encuentras. Y si lo hayas, tu piel lo rechaza. Está demasiado aterida. Herida. Casi muerta.

Por suerte, a veces también le quedan espacios por los que se cuela algo de calorcillo. Leves ondas que impiden que te sigas derrumbando. Y se agradecen tanto que sabes que les debes la vida entera.

Hace unos días esas ondas me salvaron. Derritieron el hielo que tenía dentro. Se trata de dos obras de teatro: Mejorcita de lo mío y Cómeme el coco, negro. No tienen nada que ver. La una es un monólogo interpretado por la grande, grande Pilar Gómez, y la otra es la supermegraproducción de La Cubana. Dos formatos tremendamente diferentes, pero con un denominador común: hacen que tu vida sea mejor. Te muestran la otra cara de la moneda, que la vida no es sólo tristeza y sensación de fracaso y frustración. Que también existe la risa, la felicidad, el cachondeo, el buen humor y el 'hay que tirar p'lante'. Qué ondas tan agradables para cuando una se muere de frío.

Con Mejorcita de lo mío, una obrita (escaso decorado, sólo una actriz en el escenario) que lleva un año de gira (en Madrid estuvo en la sala Triángulo) y con unos aplausos continuos, Pilar Gómez y fernando Soto han creado uno de esos tesoros que se te quedan grabados. Como he dicho, es un monólogo en el que la actriz se enfrenta a las dudas, los temores y frustraciones que nos atacan cotidianamente (desde el miedo a los retos a simplemente el vértigo de vivir), y lo salva diciéndose que de llorar nada, que la pena "hay que comérsela con pan". El monólogo es bastante agridulce. Por momentos se detiene en las pequeñas grandes tragedias que nos encogen el almita, pero el humor (buenísmo humor de la actriz onubense) enseguida te muestra que hay que echarse unas buenas carcajadas ante lo que venga. Gracias Pilar. Me quito el sombrero.

Lo de la Cubana fue... simplemente grandioso. 'Cómeme el coco negro' ha sido la primera obra que he visto de ellos y me ha parecido espectacular. Qué forma más genial de entender el teatro. Rompen con todos los esquemas que tienes preestablecidos, te introducen en su espectáculo, juegan contigo, pero también consigues que te abras a ellos, que dejes de lado tus pudores, tus vergüenzas, tus traumas, tus tristezas, tu mierda. Con ellos me divertí y gocé como hacía muchísimo tiempo que no lo conseguía en el teatro. Gracias, gracias, gracias.